19 noviembre 2009

Nueve

Cuando llegué a casa, el Turco estaba tirado en el sillón, con unos anteojos de sol y a medio vestir, conmoviéndose con una novela mexicana o colombiana o algo. Por ese tiempo era algo que frecuentaba hacer cada vez que faltaba al laburo a causa de una resaca jodida.

El espíritu de limpieza y salubridad que había sabido reinar hasta el mediodía ya no existía. La heladera estaba otra vez vacía, pero yo me había anticipado pasando por el mercadito de los chinos y comprando algunos comestibles que no necesitaran cocción.

Ana! Bella! Hai comprato qualcosa da mangiare?

El Turco últimamente se sentía aburrido. Por eso veía telenovelas dramáticamente latinas y estudiaba italiano gratis por internet (con dudosos resultados). Se la pasaba diciendo: "Non c'è mai niente da mangiare in questa casa!", y algunas otras frases que, en todos los casos, contenían la palabra "mangiare". Por mi parte, me saqué las zapatillas, me puse unas pantuflas, preparé una picada ajustada pero potente, abrí una cerveza y me senté junto al Turco a ver el final de "Amor salvaje".

El Turco lloraba a moco tendido mientras aceptaba las rodajas de salamín que yo le ofrecía. Estaba muy sensible. Dos meses atrás se había peleado con la novia y todavía no lo había superado. Dos meses... Desde entonces yo le bancaba sus borracheras, sus depresiones y su creciente femineidad. ¡Dos meses!

Por otro lado, su ruptura significaba un alivio económico para mí. Brenda era muy simpática y nos llevábamos bastante bien, pero no es fácil noviar con alguien que vive con otra mina. En estos casos, los trámites se agilizan y la relación termina mal. En realidad, las relaciones siempre terminan mal, pero cuando se intenta madurarla antes de tiempo, entonces termina mal antes de tiempo. Si el Turco se iba a vivir con Brenda (cosa que estuvo a punto de hacer), yo no hubiera tenido cómo pagar los gastos e impuestos. Y además me había acostumbrado a vivir con él y todo eso.

Entonces ahí estaba, llorando dramáticamente como uno de esos personajes de telenovela. Yo me moría de ternura, porque el Turco es enorme. Es muy grande y muy intimidante cuando no lo conocés, y no tiene cara de buen tipo. Pero ahí estaba, llorando como si se le hubiera perdido una muñeca.

Cuando terminó la novela, el Turco moqueó unos minutos más hasta recordar a qué especie pertenecía. Se calmó, se duchó y se puso a ver fútbol.

—Che, cuando no estabas llamó Marcos... —me dijo dudando en el entretiempo de Arsenal-Colón.

—¿Y quién carajo es Marcos?

—No, Marcos no... Martín... —seguía dudando—. No, no... ¡Matías! ¿O Martín...?

—¿No ves que sos un pelotudo? ¿Matías o Martín?

—Creo que era Matías... ¿conocés algún Martín?

Millones de Martines y Matías se me cruzaron por la cabeza, aunque prevalecía sólo uno. Imposible, claro. Con el Turco discutíamos por este tipo de cuestiones a diario. Era la base de nuestra relación y siempre terminaban en carcajadas amistosas. Todos los que pasaban por casa solían decir que éramos como hermanos. Pero eso no es totalmente cierto. Nuestra relación es inclasificable, y sumamente valiosa por esa misma razón.

—¿Cómo se llama el hermano de Miru? Matías, ¿no? Creo que era él.

—Voy a comprar más cerveza —dije antes de sentir el peso de mi alma a la altura de los pies.

Cuando volvía de comprarle dos cervezas bien heladas a los mismos chinos de siempre, todavía con las pantuflas puestas, lo vi. Matías estaba sentado en la entrada de mi edificio, pálido, fumándose un pucho. Yo no sabía que fumaba, ni que conocía dónde yo vivía. Me acerqué en silencio, despacio y con un repentino miedo.

Matías me miró desde el suelo el tiempo suficiente para formarme un nudo en la garganta. Un instante. Sus ojos casi completamente rojos se llenaron de lágrimas por enésima vez esa tarde. Antes de decir nada se puso de pie para darme un abrazo tembloroso pero brusco. Y yo me quedé rígida, con una cerveza helada en cada mano, sin recordar mi propia existencia.

—Papá murió...

1 comentario:

Manolo Palomino dijo...

pensaba en un comentario, pero no, sin palabras, seguiré leyendo, pero tengo un amarre enorme en las manos..