03 febrero 2012

Treinta

Sin ningún tipo de preámbulos, nos tomamos el 98 a Constitución. A medida que nos íbamos acercando, mi medidor de esperanzas se iba vaciando. No íbamos a conseguir ningún tren de larga distancia hasta la semana que viene. La Polaca me iba a arrastrar igual e íbamos a terminar en Claypole. Uno no se puede ir así como así. La vida urbana no es tan fácil. Es una prisión.

Sin embargo, cuando llegamos, nos dijeron que antes de medianoche salía un tren a Mar del Plata. Por supuesto, estaba repleto. Pero salía otro a la mañana siguiente. Sacamos los pasajes inmediatamente. Aunque no teníamos intención de terminar en la Costa, nos arriesgamos.
Como estábamos cerca, decidimos pasar la noche en la casa de mis viejos, de paso, para avisarles que me iba.

Estaban todos juntos en el living jugando al TEG. También Tomás jugaba, aunque un poco molesto porque nadie más se lo tomaba tan en serio. La Pola se sumó a la batalla ocupando el lugar de mi viejo, quien me llevó a la cocina porque quería hablar conmigo seriamente (por primera vez en la vida).

—¿En qué cosas raras anduviste todo este tiempo?

—Nada, me perdí un poco pero ya volví. No hay necesidad de revolver nada, es cosa olvidada.

El viejo me miró muy fijamente, frunciendo el entrecejo. Pero se ve que no encontró nada de qué preocuparse, porque finalmente asintió convencido.

—Me parece bien. ¿Así que te nos escapás de vuelta?

—No pretendo escaparme, quiero viajar nada más. Salir un rato de Floresta y volver con los pulmones más limpios.

—Bah, de los pulmones no te preocupes. Acá lo único importante es mantener limpias las orejas.

Me reí. Pero me reí con melancolía. Lo extrañaba a mi viejo. Lo tenía en frente en ese momento, y aún así lo seguía extrañando. La miré desde lejos a Virginia y también la extrañé un poco. Nunca me había disculpado con ella, aunque ella tampoco había hecho lo propio conmigo.
Es una sensación muy extraña la de dejar de llamar "mamá" a la madre. Pero más extraño es, después de tantos años, sentir la necesidad de volver a hacerlo. Sin ninguna razón aparente. Tenía ganas de ir a abrazarla y decirle: "Mamá, me voy de viaje". Una estupidez. Tan estúpido que bajé la cabeza avergonzada a pesar de que mi viejo no tenía idea de lo que yo estaba pensando. Ni siquiera me estaba mirando, porque ya estaba silbando, abstraído en lo suyo.

Le pegué cariñosamente con el puño en el hombro y le sonreí. Él volvió de su ensimismamiento y suspiró exageradamente.

—Cuidate, nena.

Veintinueve

El Turco me despertó a eso de las 3 de la tarde con un desayuno delivery: cortado en tazón y tostadas con manteca. Era su forma de decirme: "Date cuenta de lo que te vas a perder cuando te vayas", como si fuera cosa de todos los días.
Pero después de una larga despedida en piyama, comencé a preparar el viaje. Bolso, documentos, más cosas en el bolso, otra vez los documentos, por las dudas, y nuevamente el bolso. No sabía a dónde iba a ir, así que intenté llevar un poco de todo para estar preparada ante cualquier situación.

Al rato estaba tocándole el timbre a la Polaca, que me abrió diez minutos después medio dormida y en pantuflas.

—¿Tenés algo preparado? —le pregunté.

Me respondió con un sonido ronco sin despegar los labios. No estaba del todo despierta todavía. Así que la seguí, sin articular palabra, hacia el interior de su departamento. Inmediatamente se puso a cebar unos mates y recién después del tercero o cuarto volvió a la vida.

—Bueno, ¿para dónde querés ir?

—Ni idea, no me importa mucho la verdad, a cualquier lado.

—Joya, entonces vamos en tren.

Julieta no tenía nada preparado, pero antes de decidirse a armar su bolso, prefirió descomprimir el mío, cuestión que en el fondo le agradecí muchísimo, porque no estaba muy segura de cuán lejos podría llegar con semejante equipaje.

—¿No tenés una carpa?

—No, no, no, no, no. Nada de carpa —le advertí de inmediato—. A no ser que me consigas una que incluya sommier y aire acondicionado, olvidate de andar en carpa conmigo.

—Pero mirá que yo no tengo plata como para andar durmiendo bajo techo mucho tiempo...

—Yo pago todas las comodidades que hagan falta, pero olvidate de la carpa.

La Pola se resignó y yo me tranquilicé. Tenía ganas de viajar, pero no de hippie aventurera, al menos no en ese momento. Simplemente quería salir un rato a ver qué hay más allá de todo esto que pasa acá. Descansar de este quilombo sin la necesidad de meterme en otro. Buscar aire, paz y un cielo un poco más nítido.

Unas dos horas después, ya estábamos ambas dispuestas y ansiosas por emprender viaje e irnos a la mierda. Quedaba el detalle de ver si salía algún tren hacia cualquier parte esa noche, y desde qué estación, pero el olor a libertad se sentía tan próximo que opacaba el resto de nuestros sentidos.

—¿Qué nos falta? —me preguntó la Pola, mirando a su alrededor como si en cualquier momento fuera a aparecer frente a sus ojos lo que se olvidaba.

—Creo que ya estamos.

—¿Tenés celular?

—Nop.

—Entonces ya estamos.