20 noviembre 2010

Veinte

Durante los siguientes dos meses mi vida se limitó a levantarme a las 6 de la mañana, pegarme una ducha rápida y salir corriendo para la oficina. Llegar siempre cinco minutos tarde y recibir regaños de los superiores. Volcar café tres veces al día, contestar llamados telefónicos durante ocho horas y pisar los talones del jefe de turno. Cumplir horas extras no remuneradas, quedarme dormida en el colectivo y volver a casa caminando. Pedir pizza o empanadas y responderle al Turco: "no, estoy muy cansada". Dormir y creer que no fue suficiente.

Un jueves, Tadeo pasó por casa por primera vez en su vida para preguntarme qué pasaba conmigo, que hacía tiempo no los visitaba. Le respondí que estaba muy ocupada últimamente. Muy ocupada.

No reparé en aquellas estúpidas palabras hasta una semana más tarde, en medio de una de mis rutinarias aventuras por llegar a la oficina. Estaba cruzando la calle con la luz del semáforo intermitente. Antes de llegar a la esquina, una moto que estaba escondida detrás de una camioneta, arrancó con todo y casi me atropella. Lo puteé de arriba a abajo, de izquierda a derecha y del centro pa' fuera. Una señora que esperaba paciente en la esquina, se tropezó del susto y un nene que pasaba justo por ahí se largó a llorar descontroladamente. Alguna otra señora que paseaba por la escena se acercó para hacerme llegar sus quejas hacia los conductores que no tienen respeto por el peatón. La mandé a la mierda de inmediato y seguí mi camino.

A la media cuadra frené de repente y me senté en la entrada de un edificio cualquiera. Había mandado a la mierda a una vieja que no tenía nada que ver, sólo porque estaba molesta por volver a llegar tarde al trabajo. Le había dicho a mi hermano que estaba muy ocupada. ¿Qué carajo era todo eso? Parecía estar viviendo una película yanqui. Tomaba café, obedecía... ¿Qué era lo que estaba buscando? Sea como fuese, no iría a encontrarlo ahí, así.

Una chica me pidió permiso para abrir la puerta que yo estaba obstruyendo. Me levanté y me fui a la plaza más cercana, donde un grupo de músicos ebrios tocaban guitarras, quenas y cantaban muy mal. Me quedé tomando vino y cantando mal con ellos, riendo de lo absurdo de la vida.

Algunas horas después algún nadie de la oficina me llamó para preguntarme si iría a trabajar. Le contesté que en un rato iba. Y a última hora fui, con un aliento a vino de cartón que espantaba, pero bien parada y con la frente en frente. Renuncié y les devolví el celular que me habían impuesto para controlarme.

Volví a casa feliz y le dije al Turco que le jugaba un partido de Winning. Que esa noche era la noche del Marsella.

2 comentarios:

Gaucho dijo...

No soporto las 8 horas diarias. El único laburo de oficina que aguante mas de 1 año era de 6 y renuncié porque ya empezaba a tener mas tics que un reloj. Llegas a tu casa y no te queda cuerda para nada. Dormís y apenas pestañeaste, nuevamente el día de la marmota de siempre.

Reniego lo de que se siente como una película, mas allá de la nacionalidad. Pocas tratan la parte laboral de oficina. Salvo raras excepciones el primer punto de giro ya te saca de la rutina que podría ser una vida típica del mundo occidental.
Tratan sobre viajes al espacio, amores, catástrofes, asesinatos. (si si, ya se que existe The Office pero primero, es una serie, segundo, es una excepción).
Supongo que ademas del subsidio para mostrar la bandera yanqui, Jolywú recibe otro por no hacer pelis de ese estilo. Viéndonos desde afuera nos daríamos cuenta lo inhumano que es, probablemente terminando en una revolución.


PS: Si jugas con el Marsella, apretá R2 + <-- + --> + cuadrado y el Gringo Heinze hace un gol a lo Diego en el '86.

Polanesa dijo...

Jajaja, tendré que hacer un catálogo de películas que vi (y que tengo que dejar de ver) que tratan esta problemática social globalizada. P: (me como los mocossss)