27 octubre 2009

Cuatro

La tormenta había cesado, pero las calles seguían algo inundadas y el viento formaba suaves olas que, al reflejar la luz de la luna, provocaban mágicos destellos luminosos.

Mientras caminaba hacia la parada del colectivo, sentí que un perro me seguía. Me frené a mitad de cuadra para encender un cigarrillo y, efectivamente, un perro se frenó junto a mí. Doblé mal por una esquina y cuando volví sobre mis pasos, también el perro lo hizo. No tenía aspecto de ser un perro callejero, parecía limpio y cuidado, aunque tal vez fuera un efecto de la luz.

La parada estaba sobre una ancha avenida un poco mejor iluminada que el resto del barrio. Me apoyé sobre el poste del 53. El perro se sentó frente a mí. Quería decirme algo, estaba segura de eso. Tal vez supiera dónde se encontraba George Lucas. Tal vez estuviera dándome su pésame.

De golpe, se paró en sus cuatro patas, dio media vuelta y, volviendo la cabeza hacia atrás, continuó en dirección contraria al inexistente tránsito. Comencé a seguirlo, pero a los pocos metros vi que se acercaba el 53. Estiré mi brazo dudoso para pedirle que pare, mientras decidía qué hacer.

Finalmente, me subí al colectivo y observé desde allí la triste expresión del perro mientras me alejaba. Me sentí una mierda de ser humano.

2 comentarios:

Sugar Sixx dijo...

Es lo que pasa cuando un perro te sigue, como faldero, y uno no hace otra cosa que ser su amigo por 5 miseras cuadras.
Por lo general me pasa que ellos me dejan a mi antes que yo me pueda tomar un colectivo.

Che, me gusta esta idea de blog. Está buena.

Manolo Palomino dijo...

adoro los perros, tengo un, lindo, bello!!!.. me muero si se muere.. es más, escribi un post sobre el..
http://yaloescuche.blogspot.com/2009/10/bochus-mi-amigo.html#comments