11 enero 2010

Quince

—¿Mi cámara? No... ¿no te interesa alguna otra cosa?

En el camino hacia el barrio de Miru, un flaquito matoncito todo frágil me arrinconó en una calle desierta y, nada amablemente, me pidió la cámara a cambio de terminar el día con vida.

—No te hagá la gila, dame la cámara, la plata, dame todo o te corto.

El tipito me apuntaba con una trincheta y se movía de un lado a otro como si el aire le diera corriente. Su expresión tenía la característica de producir aburrimiento.

—Emm... hagamos una cosa, ponele que vos ya me robaste la cámara, ¿no? Entonces ahora vas a venderla, porque si no al pedo la vas a tener, no sabés ni cómo se usa. Bueno, yo te la compro.

—¿Eh?

—Claro, hacé de cuenta que ya me la afanaste. Es tuya, te la quiero comprar.

—¿A cuánto?

—Decime vos.

—Cinco mil dólare.

—A ver... —dije revisando mis bolsillos—. Mirá, acá tengo dos con cuarenta y cinco, capaz que en casa tengo más...

—¿Qué queré jugá, pendejita? ¿Te hacé la gila conmigo? Te voy a cortá toda, no sabé quién soy yo.

A todo esto el flaco me tenía con un bracito contra la pared y con el otro amagaba a tajearme el cuello y se reía. Volvía a amagar y se volvia a reír. Entonces se puso serio, pero al tercer intento de un reflejo le atajé la muñeca y se la retorcí como un trapito de lo flacucho que era, pobre.

—¡Pero, che! ¿No me podés escuchar un segundo? ¿Vos estás drogado, no? Es jodido eso, tendrías que buscar algo que te apasione y te haga perder el tiempo. Yo te entiendo, en una me volví adicta al GTA, pero mal, ¿eh? Lo dejaba sólo para dormir o buscar algo de comer, y no comía ni dormía mucho. Después salía a la calle y seguía con el GTA. Me daban ganas de matar a golpes a cualquier transeúnte que pasara desprevenido, chorear un coche y arrollar a un par. Lo tuve que dejar y así empecé a sacar fotos y como que me encontré, ¿viste?

—¿Me estás gastando? —dijo con los dientes apretados, todavía intentando recuperar su muñeca y el resto de su mano. Lo solté a ver qué pasaba.

—Si no se te va la vida. Porque, te voy a decir algo y espero que no lo tomes a mal, pero eso es lo que ELLOS quieren. Quieren que te drogues con pegamento, con el paco o con la Play. Que te chupe todo un huevo así no te quejás de cómo te están cagando la vida. Al menos que no los busques, que te las arregles con los que encuentres más a mano.

»Eso no significa que ELLOS sean todos sanitos, ¡noo! No. La diferencia es que arriba sobra, abajo falta y, ante la falta, pasan cosas como esta: yo quiero sacar una foto y vos venís y me amenazás con un cúter que me vas a cortar toda. La realidad es que vos y yo no somos tan distintos. A los dos nos cagan y nos cagan todos los días como si eso fuera necesario para su propia supervivencia. Y nosotros lo único que queremos es que no nos rompan las pelotas. Yo no quiero estar ahí arriba, ni tener todo el poder del mundo como ELLOS. ¡No! Sólo quiero que no me rompan las pelotas. Y vos también. La diferencia entre nosotros es que yo tuve un poco más de suerte. Nada más.

»Si todos fuéramos más conscientes de nuestra situación, sería más fácil reclamar lo que nos corresponde, a quien corresponde. Seríamos más felices y no habría tanta violencia. Pero ELLOS no quieren que lo sepamos. ELLOS quieren que nosotros nos sintamos enemigos. Entonces vos me ves acá sacando fotos al reverendo pedo en esta vida y me querés cortar por hija de puta. Y yo dejo que me afanes todo para después, con la impotencia, el miedo y la bronca acumulada, salir a pedir que maten a ese hijo de puta que me robó, me amenazó y me pudo haber matado sin reparos. Así que nos matamos entre todos, porque somos todos unos hijos de puta. Y no, no, no. La verdad es que somos todos una manga de boludos. Egoístas y boludos.

Paré para respirar un poco de aire, me senté en el cordón de la vereda y saqué un pucho para respirar mejor.

—¿Querés? —le ofrecí al asaltante.

—Gracias —me aceptó con "ese", un poco más calmo.

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