11 enero 2010

Catorce

Sí, cada vez que venía alguien a casa me repetía lo mismo. Yo tenía esa costumbre y él esa paranoia.
Cerré la puerta detrás de mí y el primer paso que di se extendió un metro y medio más de lo común, hasta pararme contra la pared y quedar de frente al techo. Tenía la sospecha de que me dolería algo en cualquier instante, pero sin estar segura de qué. Me aseguré de que la Luli estuviera a salvo y ahí nomás sentí una punzada terrible en la parte izquierda de la cintura que me hizo retorcer durante algunos minutos, pero supo pasar.
Me incorporé a medias y examiné el piso del pasillo enchastrado de aceite. Viejo de mierda. Encima se daba el lujo de desperdiciar aceite.
Mantuve la calma, me levanté de a poquito y entré al departamento a cambiarme de ropa. Ya tendría tiempo para agarrarlo desprevenido a ese hijo de puta.

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