03 febrero 2012

Veintinueve

El Turco me despertó a eso de las 3 de la tarde con un desayuno delivery: cortado en tazón y tostadas con manteca. Era su forma de decirme: "Date cuenta de lo que te vas a perder cuando te vayas", como si fuera cosa de todos los días.
Pero después de una larga despedida en piyama, comencé a preparar el viaje. Bolso, documentos, más cosas en el bolso, otra vez los documentos, por las dudas, y nuevamente el bolso. No sabía a dónde iba a ir, así que intenté llevar un poco de todo para estar preparada ante cualquier situación.

Al rato estaba tocándole el timbre a la Polaca, que me abrió diez minutos después medio dormida y en pantuflas.

—¿Tenés algo preparado? —le pregunté.

Me respondió con un sonido ronco sin despegar los labios. No estaba del todo despierta todavía. Así que la seguí, sin articular palabra, hacia el interior de su departamento. Inmediatamente se puso a cebar unos mates y recién después del tercero o cuarto volvió a la vida.

—Bueno, ¿para dónde querés ir?

—Ni idea, no me importa mucho la verdad, a cualquier lado.

—Joya, entonces vamos en tren.

Julieta no tenía nada preparado, pero antes de decidirse a armar su bolso, prefirió descomprimir el mío, cuestión que en el fondo le agradecí muchísimo, porque no estaba muy segura de cuán lejos podría llegar con semejante equipaje.

—¿No tenés una carpa?

—No, no, no, no, no. Nada de carpa —le advertí de inmediato—. A no ser que me consigas una que incluya sommier y aire acondicionado, olvidate de andar en carpa conmigo.

—Pero mirá que yo no tengo plata como para andar durmiendo bajo techo mucho tiempo...

—Yo pago todas las comodidades que hagan falta, pero olvidate de la carpa.

La Pola se resignó y yo me tranquilicé. Tenía ganas de viajar, pero no de hippie aventurera, al menos no en ese momento. Simplemente quería salir un rato a ver qué hay más allá de todo esto que pasa acá. Descansar de este quilombo sin la necesidad de meterme en otro. Buscar aire, paz y un cielo un poco más nítido.

Unas dos horas después, ya estábamos ambas dispuestas y ansiosas por emprender viaje e irnos a la mierda. Quedaba el detalle de ver si salía algún tren hacia cualquier parte esa noche, y desde qué estación, pero el olor a libertad se sentía tan próximo que opacaba el resto de nuestros sentidos.

—¿Qué nos falta? —me preguntó la Pola, mirando a su alrededor como si en cualquier momento fuera a aparecer frente a sus ojos lo que se olvidaba.

—Creo que ya estamos.

—¿Tenés celular?

—Nop.

—Entonces ya estamos.

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